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3x13 AMOR Y SANGRE

Phoebe presenció un futuro que no le gustó nada. Seguía sentada, en el tejado, con su prima Melinda mientras miraban al horizonte.
MELINDA: Es como mirar al futuro, ¿verdad?
Phoebe sonrió amargamente y justo en ese momento Melinda se dio cuenta de que no había utilizado las palabras adecuadas.
MELINDA: Lo siento... (Entre risas).
Ambas rieron, algo que parecía que no iba a pasar dadas las circunstancias. Y les sentó bien.
PHOEBE: Odio tener que preguntarlo... ¿Jared es el padre?
MELINDA: ¿Quién si no iba a serlo?
PHOEBE: Oye, cada una hace con su vida...
MELINDA: Es que parece mentira que no me conozcas.
PHOEBE: Pues chica, perdona.
MELINDA: ¿Es que a caso no crees que tengo suficientes problemas como para ir por ahí haciendo el papel de putilla?
PHOEBE: Ya te he pedido perdón.
MELINDA: No, es que esta familia siempre tiene el mismo problema. El meterse en los asuntos que no les incumben.
PHOEBE: Tranquila, que a partir de ahora no nos meteremos en la interesantísima vida de Melinda Halliwell.
MELINDA: A ver si es verdad. Porque tú deberías ocuparte de tus propios problemas.
PHOEBE: ¿Mis propios problemas?
MELINDA: Sí, por ejemplo: ¿Dónde está tu marido? Porque eres la única consciente de su paradero y no veo que hagas nada...
Un silencio incómodo inundó el tejado y las dos primas se miraron con reproches en los ojos.
PHOEBE: Eres idiota, Melinda.
MELINDA: Y tú también.
Phoebe se levantó de mala gana dejando atrás a su prima, disponiéndose a bajar del tejado.
MELINDA: Lo siento.
PHOEBE: ¿Jared lo sabe? (Aún de pie).
Melinda asintió con la cabeza.
PHOEBE: ¿Qué pensáis hacer?
Melinda no respondió a su prima. Se encogió de hombros y dejó el tiempo pasar.
La pequeña de los Halliwell le lanzó una mirada seria y bajó por una pequeña escalera de mano que conectaba una parte del tejado con un pequeño balcón en la parte trasera de la casa.

La casa de los Halliwell seguía alterada por los últimos acontecimientos vividos y los primos intentaban adaptarse de nuevo a la normalidad.
Chris, junto a su hermano mayor, se encontraba en la cocina poniendo en orden el menaje que seguía en el lugar que no era el suyo. Prefería hacerlo él mismo a escuchar a Melinda quejarse de que la cocina era un desastre.
WYATT: Me han contado que no paraste de buscarme. Que lo hacías día y noche.
El hermano pequeño se sonrojó y sonrió como toda respuesta.
WYATT: Gracias.
CHRIS: ¿Somos hermanos, no? No tienes que darme las gracias.
WYATT: Sí, sí que tengo que darte las gracias. A veces me siento tan diferente a vosotros y tan apartado, que pensé que a lo mejor no era un gran problema mi pérdida.
CHRIS: No digas tonterías, eres el mayor de todos nosotros. Si no contamos a Prue... (Entre risas). ¡Claro que nos hemos preocupado!
WYATT: Pues ser el mayor de la familia no siempre es... Bueno, no sé.
Wyatt jugueteaba con una taza en forma de vaca que pertenecía a la pequeña Bianca y que Dag solía usar cuando vivía en la casa. Chris cogió la taza de las manos de su hermano y la colocó cuidadosamente en el mueble de las tazas. Casi podía oír a Melinda si la taza sufriera algún percance.
Chris miró a su hermano intrigado, sin saber cuál era el problema que le rondaba el pensamiento. Su hermano, aquél que era mejor que él en todo lo que había emprendido.
WYATT: Creo... Creo que si yo faltara tampoco sería un problema. Os veo... Estáis todos tan...
CHRIS: ¿Qué quieres decir, Wyatt? (Algo exasperado).
WYATT: Quiero decir que habéis formado una unión en la que no importa que esté yo. Y eso es bueno, no me entiendas mal.
CHRIS: Tampoco estamos tan unidos, créeme. A esta familia le vendría bien una clase de unión familiar o algo parecido.
WYATT: Sí que estáis unidos, seguro que os entendéis con pocas palabras.
CHRIS: Pues igual que te entenderías tú si lo intentases.
WYATT: ¿Te estás poniendo a la defensiva? (Sorprendido).
CHRIS: (Risa cansada) No creo que sepas de lo que estás hablando.
WYATT: Chris, no te entiendo.
CHRIS: Pues creo que estoy hablando en cristiano.
WYATT: No entiendo lo que ocurre.
CHRIS: Es muy fácil... Toda mi vida... Siempre he querido parecerme a ti. Ser alguien, tener un propósito en la vida. Y me cuesta, me ha costado. Todas las decisiones que he tomado en mi vida han sido en base a lo que tú pensarías de mí. En si tendría la aprobación de mi hermano mayor.
WYATT: Sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras. Eres un hombre genial y...
CHRIS: Es que yo no quiero ser un hombre genial. Quiero ser un hombre extraordinario.
El corazón de Chris iba a mil por ahora, notaba como todos sus músculos se tensaban y volvían a dilatarse. Notaba como la sangre se concentraba en sus mejillas y notaba la mirada desconcertada de su hermano.
WYATT: Un hombre extraordinario... ¡Pero si ya lo eres!
CHRIS: No como yo quiero serlo. Necesito un propósito en la vida, Wyatt. Necesito ser alguien.
WYATT: Esto... ¿Esto no tendrá que ver con lo que yo creo que tiene que ver?
CHRIS: Tiene que ver exactamente con lo que tú crees que tiene que ver.
WYATT: Vale. Lo acepto. Si me vuelvo malo, tú estarás ahí para salvarme. Si hay oscuridad, tú serás mi luz. Vale. Lo pillo. Pero no va a pasar. No voy a ser el malvado Wyatt que tu otro yo salvó viajando al pasado y sacrificando su vida. No tienes que sacrificarte por mí, Chris. No tienes que hacerlo. Somos hermanos, nos une la sangre y no quiero que pongas mis necesidades y ambiciones por delante de las tuyas. ¡Sal ahí fuera y vive!
CHRIS: Para ti es fácil decirlo... ¡Eres el gran Wyatt Halliwell!
WYATT: Soy un fraude Chris...
CHRIS: ¡Ja! Ya, creo que no eres consciente de el impacto que causas en los demás.
WYATT: Chris...
CHRIS: Matrícula de honor en el instituto. El Popular, sí con mayúsculas, el capitán del equipo de baloncesto. Matrícula de honor en la universidad, abogado y trabajas en un bufete... (Alzando las manos resignado). ¿Y yo qué?
Wyatt no podía creer lo que estaba ocurriendo, ¿Chris había estado toda su vida viviendo bajo su sombra o era sólo impresión de su hermano pequeño?
El mayor de Los Halliwell miró a su hermano y no encontró nada al otro lado. Prefirió dejar la cocina.
ALICE: Volví a ser rubia, ¿sabes?
Las dos hijas gemelas de Phoebe estaban sentadas en el salón, en un pequeño sofá en el que cabían exactamente dos personas. Estaban sentadas frente a frente, como solían hacerlo hace muchos años, cuando ambas eran pequeñas y aún jugaban juntas.
PATRICIA: (Mirando extraña a su hermana) ¿De qué hablas?
ALICE: Cuando estabas hecha una fanegas y no podías moverte de la habitación de arriba. Hice un hechizo que salió mal y volví a ser rubia durante un rato.
PATRICIA: Me gustas más de morena, ¿crees que debería cambiarme también el color de pelo?
ALICE: ¡No!
Ambas rieron.
PATRICIA: Es curioso que no te decidieras a cambiarte el color de pelo hasta ahora.
ALICE: Necesitaba un cambio...
PATRICIA: Me refiero a en la adolescencia. E incluso después, cuando estábamos tan distante la una de la otra.
ALICE: Supongo... Supongo que seguía teniendo el pelo rubio porque me gustaba pensar que en el fondo de mí seguía perteneciendo a algún lugar. El parecernos físicamente, incluso en el pelo... sabía que aunque estuviera a miles de kilómetros, seguiría perteneciendo contigo.
PATRICIA: Aunque estuvieras en Europa (sonriendo).
ALICE: Aunque estuviera en Europa, la luna.
Y rieron, rieron juntas como antes no lo habían hecho.

Henry miraba embelesado a su hermana Rachel y Bobbie, la novia de ésta.
RACHEL: ¿Qué? (Mirando sonriente a su hermano).
HERNY: Nada... (sonriendo también).
Era maravilloso como Rachel complementaba tan bien con Bobbie. A veces se preguntaba si él lo hubiera conseguido con Esther o si lo conseguiría en un futuro con alguna chica.
Rachel tenía suerte de tener a Bobbie. Una chica que a su manera también estaba ligada al mundo de la magia, que entendía mejor que nadie la implicación de ser un Halliwell, de tener que dejarlo todo en el momento menos oportuno y correr a salvar el mundo porque algún demonio demasiado aburrido en el Inframundo lo quiere destruir.
Bobbie era maravillosa. Era guapa y lista, era divertida y tenía una forma peculiar de mirar a Rachel. La miraba con los ojos, enteros y enormes, la miraba como un niño pequeño mira algo por primera vez. Bobbie miraba a Rachel y la veía como sólo Henry era capaz de verla.
HENRY: Estoy muy contento de que estéis juntas y felices.
BOBBIE: ¡Qué mono!
Y le dio un beso a la mejilla al novio de su hermana y cada vez más amigo, Henry.
Y él lo notó. Un cálido beso en la mejilla que hizo que su interior se removiera de una manera en la que no esperaba que lo volviera a hacer en mucho tiempo, ¿qué acaba de pasar? Sonrió amablemente a Bobbie y su hermana y dijo que las abandonaba para subir a la habitación. Había notada un pellizco en el estómago, el corazón acelerado y las manos sudadas.
Ojalá fuera el síntoma de una enfermedad...

Sabía que estaba soñando. Lo sabía, porque era algo imposible. Ahí estaba, delante suya, Bobbie. Con una sonrisa cómplice, en la cama. Tapada hasta el pecho y jugando con su pelo. Él se quitó rápidamente la ropa, como en un suspiro, para acompañarla. Quería saber cómo era el tacto de su piel, quería probar sus labios y cubrirla a besos. Quería que se sintiera única mientras estuviera a su lado. Pasó a la cama y cogió la cara de la chica entre sus manos, el tacto era suave y se fijó que sus dientes eran muy blancos. Una dentadura bonita. Acarició su pelo y lo notó aterciopelado y con olor a canela. Lo pasó tras su oreja y finalmente decidió llevar sus labios a los de ella. Se miraron cómplices. Primero se rozaron tímidos, esperando a que uno de los dos llevase las riendas. Unos labios que se rozan, una lengua que los humedece para volver a encontrarse otra vez. Finalmente el beso. Sus labios se mueven siguiendo una música invisible, se mueven arriba y abajo dejando paso a que sus lenguas se encuentren en la boca del otro. Las manos de Henry suben inexorablemente por el cuerpo de Bobbie, deleitándose con las formas ajenas y nuevas que descubren a su paso. Le toca los pechos, se los agarra con pasión y la besa con lujuria. Quiere que sepa que no desearía estar en ningún otro sitio, que se complementan a la perfección y que es su primera vez con una chica.
Bobbie también hace lo propio con él, deja viajar sus manos en busca de sus pechos y los encuentran. De nuevo besos y lenguas. Muchos besos.
Henry está confuso.
Y se despierta, sobresaltado y excitado. Sudores fríos le recorren el cuerpo e intenta relajarse expirando y suspirando varias veces antes de volver a tumbarse en la cama a recordar el sueño. Es el sueño más raro que recuerda haber tenido. El más raro y el más excitante. En parte se sentía culpable por haber soñado con la novia de su hermana de aquella manera, se sentía culpable por eso y por haber obligado a Bobbie, en sueños, a tener una relación con él. Obligado en el sentido menos literal de la palabra. En el sueño parecía todo tan natural... Incluso Henry creía recordar que Bobbie le había tocando los pechos. ¡Pechos! Algo de lo que la gran mayoría de los hombres carecía.
Decidió vestirse y bajar a la cocina a tomar el desayuno y enfrentarse a un nuevo día en la casa de los primos Halliwell.

Olía a café recién hecho. Norma de oro en de la casa Halliwell: el primero en levantarse debía preparar café. A veces surgía el conflicto de que a cierto sector de la familia le gustaba el café cargadísimo y a otro sector le gustaba el café como las personas normales y corrientes se toman el café: en su punto y con un poco de leche y dos cucharadas de azúcar.
Dicho esto, algunas veces Prue Halliwell bajaba antes que nadie a la cocina para preparar el café como a ella le gustaba, pero hoy no era uno de esos días.
PATRICIA: Gracias a Dios un café como es debido.
MELINDA: De nada (mientras bebía un buche de su taza).
PATRICIA: Y bueno, Mel, ¿has pensando cuándo quieres hablar con Jared a solas? (Alzando las cejas).
MELINDA: Claro que lo he pensado y será cuando a mí se me antoje. Y ten por seguro que es algo que no te incumbe a ti y que no presenciarás porque no necesito que estés volcada sobre mi vida amorosa todo el santo día.
PATRICIA: ¿En serio tan temprano y ya con un humor de perros? ¿Con qué preparas el café, con cólera?
Melinda fulminó con la mirada a su prima mientras se bebía el café de sopetón evitando tener que pasar más tiempo en la cocina a solas con ella. Pero la cosa no acababa aquí, por la puerta de la cocina entraba la pequeña de sus primos.
Phoebe miró seria a su prima mientras ésta dejaba la taza de café en el fregadero.
PHOEBE: ¿En serio?
MELINDA: ¿Qué?
PHOEBE: ¿Crees que es bueno beber café?
Melinda suspiró y dejó la estancia antes de ponerse a explotar cosas.
PATRICIA: Madre mía, qué cara, ¿qué te pasa a ti?
PHOEBE: Me he levantado con el Halliwell subido y odio mi vida. La odio. No la quiero, no quiero nada.
PATRICIA: Chica, el típico jueves en esta casa.
PHOEBE: Creo que los ancianos deberían haber pegado la puta barrera que me pusieron en la mente con pegamento inseparable porque, por un golpe de nada, mira cómo estoy. Es... es una mierda, Patricia.
PATRICIA: Ven aquí, anda. (Abrazando a su hermana pequeña).
Henry entraba algo somnoliento por la cocina mientras presenciaba a sus primas abrazadas.
HENRY: ¿Ya tenemos problemas y acabamos de despertar?
PATRICIA: Problemas de barreras mentales, cosas de chicas.
Sus primas se levantaron y dejaron a Henry sirviéndose el café. Cuando volvió a la mesa de la cocina con su taza de café llena estaba ocupada ya por Chris.
HENRY: ¡Buenos días!
Chris contestó con un gruñido y centro toda su atención en el periódico electrónico que tenía entre manos.
Wyatt también bajó y repitió lo que todos los primos hacían o iban a hacer.
WYATT: ¿Quién ha preparado el café? (Sacando la lengua en señal de disgusto). Sabe a agua sucia.
HENRY: Pues a mí me gusta.
Se produjo un silencio incómodo en el que Henry miraba a sus primos intrigados. Sabía que pasaba algo entre ellos pero no sabía el qué.
HENRY: Bueno, pues no sabéis lo que he soñado esta noche. Resulta que... (risa nerviosa) Bueno, es un sueño algo húmedo y en realidad me da vergüenza contarlo, pero estamos entre chicos y...
Chris se levantó, apagó el periódico electrónico y salió de la cocina sin decir nada. Wyatt, por su parte, acabó apresuradamente su café, dejó la taza en el lugar de las tazas aún por lavar y abandonó la cocina imitando a su hermano.
HENRY: Bueno... parece que no os interesa lo que he soñado. Mejor para mí.
Pero su soledad duró sólo unos segundos porque su prima Alice entró para llenar el vacío de la cocina.
ALICE: Hola...
HENRY: Hola...
De nuevo una sensación extraña entre los dos. Aunque habían compartido una experiencia que los había unido mucho espiritualmente, aún quedaba una barrera física que era difícil de atravesar. Aunque, ambos, haciendo la promesa de derribarla, ponían todo su empeño en intentar aparentar normalidad y ser personas civilizadas el uno con el otro.
ALICE: Prue no ha preparado el café por lo que veo.
HENRY: No. Menos mal, está bebible.
ALICE: Pero es raro.
HENRY: ¿Que esté bebible?
ALICE: Que no lo haya preparado ella... Hoy se supone que iba a acompañarla al trabajo. Es uno de mis deberes para incorporarme en el mundo de las personas normales (sonriendo). Debía avisarme esta mañana pero no ha venido a la habitación y la llamo al móvil pero lo tiene apagado. ¿Me ha dado plantón? Madre mía, me ha abandonado por loca (bromeando).
HENRY: ¡Qué raro! Le habrá surgido una emergencia...
Ambos terminaron de beber el café y abandonaron la cocina camino de sus quehaceres diarios. Henry quería visitar el piso de Bobbie porque sabía que ella y su hermana se encontraban allí. Sentía algo de vergüenza mirar a la cara a Bobbie después del sueño que había tenido, pero quería quitarle importancia porque sólo había sido un sueño. Además, quería ver a su hermana Rachel ya que el desayuno sin ella había sido extraño. Pero algo le distrajo y se encontró a si mismo de pie en el invernadero. Contemplando la flora que allí se reunía. De repente le hizo sentir algo, y también recordarlo.
Abrió los ojos y un gran árbol estaba frente suya.

Estaba sentada en un banco del parque. Estaba nerviosa, había quedado con ella dos días después de haber hecho el amor por primera vez. No paraba de pasarse el pelo por detrás de la oreja y no paraba de fijarse en como el viento azotaba las ramas de los árboles y éstas se movían dócilmente proyectando sobras chinescas en el suelo. Por fin la vio, a lo lejos, con paso inseguro y la cabeza gacha. Estaba guapa, debía reconocerlo. Se saludaron con dos besos en la mejilla, algo insulsos y avergonzados.
HENRY: Hola.
BOBBIE: Hola... (sonriendo tímidamente).
HENRY: Sobre lo del otro día...
BOBBIE: Sí, a mí también me gustó... Bueno, no has dicho nada. A lo mejor a ti no te gustó y estoy metiendo la pata de manera épica. Lo siento. A mí me gustó y creo que a ti también te gusto y puede que no te gustase al principio pero lo vi, ¿sabes? Vi que te gustó y que lo disfrutaste y aunque fue algo torpe, creo que lo pasamos realmente bien y... Será mejor que deje de hablar sin sentido.
HENRY: (Riendo) Sí, sí que me gustó. Nunca antes lo había hecho con una chica.
BOBBIE: Yo tampoco (sonriendo). De hecho no lo había hecho nunca antes.
HENRY: ¿Ni con un chico?
BOBBIE: No.
HENRY: ¿Por qué?
BOBBIE: Porque no me gustan los chicos.
HENRY: Ah, pensé que...
BOBBIE: Me gustan las chicas y bueno, yo pensé que a ti...
HENRY: Bueno... No sé, me gustan los chicos. Siempre he estado con chicos.
Ambas se miraron incómodas y la sonrisa se quedó congelada en sus rostros.
HENRY: ¿Cómo puede estar segura de que no te gustan los chicos si nunca has estado con ninguno?
BOBBIE: Me gustan las chicas desde que tengo uso de razón. Me gusta que me gusten. Me gusta que el pelo les caiga sobre los hombros, me gustan rubias y morenas, me gustan con curvas y sin ellas. Me gusta mirarlas pasar e imaginarme una vida con ellas...
HENRY: ¿Te has imaginado una vida conmigo? (nervioso)
BOBBIE: Mentiría si dijera que no... Me gustas mucho, Rachel.
HENRY: Pero yo... Yo no soy lesbiana.
BOBBIE: Pero... Yo he notado cierta complicidad entre nosotras, eso no me lo podrás negar.
HENRY: Como compañeras de trabajo sin dudarlo.
BOBBIE: ¿Lo del otro día también fue compañerismo laboral?
HENRY: Bobbie yo...
BOBBIE: No, si lo entiendo (levantándose del banco).
HENRY: ¡Espera!
BOBBIE: Estabas experimentando... debería habérmelo figurado. Que no ibas a ser lesbiana, que yo no podía gustarle a alguien como tú.
Rachel también se puso en pie, se acercó a Bobbie y ambas se miraron en silencio. Intentaba poner en orden sus palabras, intentaba querer decir lo que sentía pero es que ni ella misma lo sabía. Sentía como si un viento de una fuerza descomunal le estuviera impulsando contra una pared y por más que el viento soplase, no sería capaz de atravesarla. Que se quedaría atascada en aquél momento y aquél lugar, delante de Bobbie. Su compañera de trabajo.
BOBBIE: No me mires así. No me mires como si yo te hubiera hecho lesbiana...
HENRY: Lo siento, tengo que poner en orden mis pensamientos.
BOBBIE: Será mejor que me vaya... y tranquila, esto no será un problema en nuestra relación de trabajo. Te lo prometo. (limpiándose una tímida lágrima de la mejilla).
Bobbie le dio la espalda y, con las manos en los bolsillos, comenzó su camino de la vergüenza hacia casa. Se sentía avergonzada, no por lo que había hecho sino por lo que se había llegado a imaginar por sólo una noche. Un montón de ilusiones rotas, futuras promesas que no llegarán si quiera formularse. Una vida, una casa... ¿Por qué era tan sumamente tonta? No aprendía nunca. Aunque, algo la sacó de sus pensamientos y la devolvió de golpe al mundo real. Rachel le había agarrado la mano, había tirado de ella hacia su persona y había juntado sus labios con los de Bobbie. Un beso. Un beso en el parque. Su corazón comenzó a latir desbocado, impulsado por alegría, nerviosismo y felicidad. Todo su cuerpo temblaba y se creía transportar a otro mundo.

No podía creer que ella hubiera contactado, que la hubiera llamado y utilizado la palabra Mamá. Aún podía recordar las palabras de su hija, como un eco distante, <<Mamá, te necesito>>. Prudence Halliwell no se lo pensó dos veces y salió en busca de su hija, aquella hija perdida que era mayor que ella. Aquella hija que podría hacerse pasar por una hermana casi o por una prima distante.
La Red Swan brillaba frente a ella, todo de cristal con reflejos luminosos como si de una nave sideral se tratase; el palacio de cristal de Karen Andrews, donde tramaba sus retorcidos planes para hacerse con el control de todo. No llegaba a comprender el porqué de la cita de su hija en aquél lugar, ¿qué tenía que ver Karen en todo esto?
Atravesó las puertas correderas de la entrada principal y sólo con dar un paso dentro del edificio ya tenía a dos guardias frente suya.
PRUE: Hola, tengo cita con...
GUARDIA 1: Lo sabemos. La estábamos esperando, señorita Halliwell.
Los guardias, grandes monos de color negro, escoltaron a Prue hasta el ascensor principal. Entraron con ellas y pulsaron el botón que indicaba que el viaje iba a ser largo. El despacho de Karen Andrews se encontraba en la cima del edifico, simulando a la princesa encerrada en lo más alto de la más alta torre.
Princesa, y un cuerno. La mayor de los Halliwell se encontraba sobresaltada, nerviosa e inquieta. Tenía los nervios a flor de piel, algo no muy bueno para su persona si contamos con experiencias del pasado. Por fin el ascensor llegó a su destino y los guardias invitaron a Prudence a abandonar el ascensor mientras ellos permanecían aún dentro. Las puertas se cerraron tras ella y se encontró sola en la oscuridad. Un camino de luces se iluminó en el techo, como una pasarela en la que al final se encontraba su hija, ansiosa recompensa.
PHYLLIS: Bienvenida.
PRUE: ¡Phyllis!
La madre echó a correr en pos de su hija. Aquella hija perdida en el tiempo y en la memoria, ella, con ganas de abrazarla, la otra, salvando las distancias.
PHYLLIS: No me has ayudado.
Prue se la quedó mirando extraña, no conseguía comprender de qué iba todo eso.
PHYLLIS: No me has ayudado. Me dejaste abandonada una vez y lo has vuelto hacer. No has sido capaz de viajar al pasado y cambiar el presente.
PRUE: Phyllis, créeme, lo he intentado todo. ¡Pero no puedo! Nada sirve, no es tan fácil. Lo siento yo...
PHYLLIS: No me creo nada.
PRUE: ¡De verdad!
PHYLLIS: Si me quisieras ya hubieras descubierto la manera de estar conmigo.
PRUE: Viajé al pasado... Phyllis, no sé qué quieres que haga.
PHYLLIS: Lucha por mí como no supiste hacerlo cuando era tan solo un bebé.
PRUE: No es tan simple. No es tan simple como decir que no te quise, creo que deberías saber la verdad.
PHYLLIS: Y la verdad es que no me quieres.
PRUE: La verdad es... Phyllis, si estoy hoy aquí, frente al mundo entero, es por ti. Por y para ti. No te he criado y no me he enterado de tu existencia hasta hace poco, pero algo dentro de mí te tiene un cariño infinito que no sé muy bien de dónde proviene. No te crié, no recordaba ningún rastro de tu existencia y te conozco hace tan sólo un par de meses y eres adulta, y tienes problemas. Los has tenido, y yo no he estado ahí para apoyarte. Pero puedo compensártelo con creces, de verdad que puedo.
PHYLLIS: Sí, sí que puedes.
PRUE: Sí que puedo...
De repente la sala se iluminó completamente y apareció la figura de Karen, sentada en su cómoda silla delante de una gran mesa de cristal. Había estado allí todo el tiempo.
KAREN: Hola, querida.
Prue miró ceñuda a la nueva incorporación.
KAREN: Lo que aquí mi querida Phyllis quiere decir, es que le puedes compensar todo el dolor causado con una simple posición.
PRUE: ¿Quién te ha dado vela en este entierro?
KAREN: Cuidado (alzando el dedo índice). Estás en mi terreno.
PRUE: ¿Una simple posición?
KAREN: Sí, queremos saber si dado el momento te situarás a nuestro lado.
Phyllis caminó hasta colocarse junto a Karen, que seguía impertérrita en su sillón de ruedas mientras miraba altiva a Prue.
PRUE: ¿Qué está pasando aquí? (Mirando incrédula a Phyllis) ¿Ahora sois amigas?
KAREN: Las rosas han tratado mal a la pequeña Phyls, ¿verdad?
PRUE: ¿Phyllis?
PHYLLIS: Karen se ha portado muy bien conmigo, me ha tratado como a una hija...
PRUE: (Ahogando una risa) ¿Esto es verdad? ¿Esto está pasando realmente? ¡Para esto me has traído aquí! Para enseñarme cómo has hecho migas con una tía odiosa.
KAREN: Vigila tu lengua, mujer.
PHYLLIS: ¡Karen me ha dado su cariño sin esperar nada a cambio!
PRUE: Phyllis, no seas ingenua. ¡El mal no hace nada desinteresadamente!
KAREN: ¿Señorita Halliwell, no ve usted un poco mal venir a mi despacho a insultarme?
PRUE: Phyllis, ¿para qué me has llamado? ¿Qué quieres?
PHYLLIS: Quiero que cuando llegue el momento esté de nuestra parte. La guerra contra Las rosas negras es inminente y si te tenemos de nuestro lado la victoria es casi segura...
PRUE: ¿Le has lavado la cabeza a mi hija para llevarla a tu lado?
KAREN: ¿Qué clase de monstruo crees que soy?
PRUE: El peor.
KAREN: Bueno, ya está bien. Abandonaste a tu hija y no supiste nada de ella hasta hace poco, no te quieras coronar como madre del año. Yo he movido mi pieza y ella está de mi lado.
PRUE: Si por mover ficha entiendes engañar y manipular.
KAREN: Arréstame por jugar con las piezas que tengo en mi poder.
PRE: Phyllis, ¿no la has oído? Estoy segura que cuando no le convengas te dejará en la estacada... Si no acabas muerta antes.
KAREN: Sabes muy bien que no, pequeña. Puedo ser la madre que nunca tuviste...
PRUE: ¡He tenido suficiente!
Prue comenzó a correr decidida hacia la mesa de Karen mientras ésta la miraba incrédula sin saber qué esperar.
PRUE: ¿Alguna vez te han dado un puñetazo Telekinético?
Todo ocurrió muy rápido, Prudence Halliwell evitó hacer caso a su nombre y se abalanzó sobre la propietaria de Red Swan. Ésta no se esperaba el golpe y no lo pudo esquivar, la Halliwell, haciendo dotes de sus poderes, usó la telekinesis para potenciar el impacto de su puño derecho sobre la cara de porcelana de Karen.
Ésta cayó al suelo, recomponiendo inmediatamente la compostura.
KAREN: ¡No sabes lo que acabas de hacer!
PRUE: Oh, sí que lo sé. Créeme.
KAREN: ¡GUARDIAS!
De entre las sombras prácticamente, aparecieron un gran número de guardias. Quizás seis, quizás ocho. Rodearon a Prue.
KAREN: No te resistas, será peor para ti.
Los guardias capturaron a Prue, doblegándola sobre sus piernas y luego levantándola a rastras.
KAREN: Has sido bastante estúpida haciendo eso. No le tengo miedo a tu magia y me gusta devolver lo que recibo.
PRUE: He sido bastante estúpida, sí. Pero tú has sido más estúpida que yo.
Karen comenzó a acelerar el paso para colocarse frente a la Halliwell.
PRUE: Phyllis, ojalá pudiera cambiar lo ocurrido. Pero no puedo y he hecho todo lo que está en mi mano.
Su hija no la miró. Decidió evitar su mirada desviándola hacia otro lado.
PRUE: Y tú has sido más estúpida que yo, creyendo que entraría aquí sin un plan B.
La señora Andrews abrió los ojos de par en par, pero el cuerpo astral de Prudence Halliwell ya había desaparecido, dejando a los guardias rodeando un vacío en el que antes se encontraba ella.
Abre los ojos y ve a Bobbie sentada frente a ella. Al principio no reconoce el sitio, tiene que entornar los ojos para saber que se encuentra en el piso de ésta. En ropa interior y una camiseta con un gatito.
HENRY: No es que no quiera decirlo, si decirlo quiero, pero no me sale. No sé cómo dar el primer paso.
BOBBIE: Mírame a mí, yo lo di y no pasó nada.
HENRY: Pero no es lo mismo, Bobbie... Yo tengo... Perdón.
BOBBIE: No pasa nada. Sólo digo que no veo el porqué de todos estos secretos. Tú me gustas y yo a ti, y creo que ésto es algo serio y no veo por qué tenemos que ocultárselo al mundo.
HENRY: No se lo quiero ocultar al mundo. Pero cuando lo diga, cuando lo haga público, todo cambiará y será para siempre. Será un punto de inflexión en mi vida.
BOBBIE: ¿No quieres que tu familia sepa de mí?
HENRY: Claro que quiero, quiero que conozcas a mi hermano Henry y que te lleves bien con él. Es un chico genial.
BOBBIE: ¿Entonces?
HENRY: No quiero romper este cuento que estamos viviendo. En lo único que importa somos tú y yo, quiero algo mío.
BOBBIE: Eres tonta (riendo)
HENRY: Pero lo prometo. Lo haré, diré que somos novias y que pase lo que tenga que pasar. No tengo miedo, Bobbie, de verdad que no. Cuando estoy contigo siento como si pudiera hacerlo todo, que no hay nada que pueda pararme y me siento más plena que en ningún momento de mi vida.
Las mejillas de Roberta Weisz se ruborizaron a una velocidad vertiginosa, no podía dejar de sonreír y se mordió el labio inferior. Se pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja y miró a Rachel como sólo ella podía mirarla. Como se mira a alguien con el que compartes todo, hasta la última fibra de tu ser.


La bolsa uterina de los demonios Karahk se encuentra fuera de la madre, de esta manera la madre puede encargarse de otros menesteres mientras sus hijos no natos esperan a conocer los horrores de este mundo. No recuerdo el momento de mi nacimiento, pero si recuerdo una sensación de ahogo y luego un alivio repentino. Mis hermanos y yo nunca hemos estado muy unidos, de hecho creo que no sepamos lo que es ese sentimiento, o ninguno bueno. Nuestra madre nos enseñó, a los 20, desde muy pequeños que no hay nada llamado amor. Desde pequeños nos enseñan que el sentimiento más fuerte que se puede experimentar es el odio, el odio mueve el infierno.
Nuestro crecimiento consistió en descubrir todos los tipos de odio que existen y nos enseñaron a odiar el bien sobre todas las cosas. Por culpa de esos santurrones, nosotros, los demonios, estábamos condenados a vivir en el infierno por siempre.
Lo más parecido al afecto que nuestra madre nos demostró fue cuando conseguimos salir una vez a tierra firme, creo que era el día de nuestra independencia, cuando cumplimos 4 años desde que salimos de la bolsa uterina. Mis hermanos y yo nos pegamos el festín del siglo en un pequeño motel de la tierra, acabamos con todos los huéspedes y devoramos sus entrañas, y bebimos su sangre y comimos su carne. Una noticia como esa causó un gran impacto en el inframundo. La muerte de inocentes era motivo de júbilo, y cuando demonios de mayor rango se enteraban que los hermanos Karahk eran los encargados de tal catástrofe, buscaban a mi madre para felicitarla. Esa fue la única que vez que noté algo diferente en ella, ojalá yo pudiera haberlo sentido también.
Ese motivo no causó nada en mí, es decir, disfruté de la carne y la sangre como el que más. Incluso de los huesos.
No sentí nada y pareció no importarme. No creía que hubiera otro motivo para matar a seres humanos que no fuera el simple hecho de alimentarme, a mí y a los míos; que lo que seguía sintiendo era un odio y asco tremendo, que la compasión que sentía por ellos, por ser como son, la convertía inmediatamente en ira homicida y no los dejaba con vida. Que atravesar la piel y llegar a la carne, saborear ese miedo en tu moca y destrozar cartílagos era lo más parecido a la felicidad, pero luego todo era oscuridad. Como si nuestra mera existencia hubiera sido concebida para intentar buscar una y otra vez momentos diferentes, en lo que podamos sentir algo, a través de matar y comer. Devorar y sacrificar.
Una vez nos hablaron de este gran bien encima de nosotros y la mayor representación sobre la zona de América del Norte. Las Embrujadas.
Las palabras salieron escupida de una boca tan oscura como un nido de murciélagos. Y de repente ella vino a buscarme.
Yo había sido elegido para realizar tan misión.
Nahia. El simple sonido de su nombre hacía que mi ser más primitivo buscase un camino hacia el exterior. No creo que sintiera atracción física, porque nosotros los demonios Karahk no tenemos necesidad de eso, pero sí que sentía admiración. El caso de que una mujer demonio controlara el inframundo era algo que me causaba tan admiración que me costaba dejar de pensar en ellos. Estaba embelesado por la forma en la que se movía, la forma que tenía de mirar y su hermoso pelo. El cabello siempre me ha parecido un inconveniente. No sirve para nada, no alimenta, sólo estorba, pero el de ella era diferente.
Mi misión consistía en visitar a los descendientes de las Embrujadas: aquellas brujas luchadoras de la justicia. Mi empresa no era otra que ir a por la más pequeña, aquella que había sido especial desde el momento de su concepción.
Iba a dar lo mejor de mí en aquella misión, iba a hacer que Nahia se sintiera orgullosa de haberme contratada para capturar a la pequeña, iba intentar conseguir que yo también me sintiera orgulloso de mí mismo, y quién sabe, quizás ésto que estaba sintiendo era algo diferente al odio.
E iba ser el mejor en mi cometido.
Melinda Halliwell llevaba en brazos a su hija mientras se dirigía erguida hacía la puerta. Quería parecer impasible, sólo sería un mero trámite: recogería a su hija y se volvería a su casa para pasar el fin de semana. Nada más. Debía ser cordial y nada borde, tarea trabajosa porque por todos era sabido que Melinda tenía un temperamento de armas tomar.
Abrió la puerta sonriendo, mostrando a Jared sus intenciones de ser la mayor Suiza que la historia había conocido: completamente neutral. Se habían acabado sus momentos de ser la reina de la pasivo agresividad.
MELINDA: Buenos días.
JARED: Hola. Hola, pequeña (saludando a su hija)
Jared cogió a su hija en brazos y comenzó a hacerle carantoñas.
MELINDA: Pasa, no te quedes en la puerta. Tengo que guardar un par de cosas en la maleta de Bianca y eres libre de llevártela.
Jared miró a la que todavía era su mujer pensativo. La notaba rara, la notaba diferente y no sabía si era para bien o para mal.
Finalmente accedió a la invitación y entró en aquella enorme casa que le había visto ilusionarse y pasar grandes momentos.
Melinda había subido a la habitación de arriba y él la esperaba abajo, con la niña aún en brazos oliendo su piel de bebé. Es curioso como olía a vainilla y un poco a caramelo, curioso olor para su hija. Le encantaba jugar con sus mofletes, gorditos y redondos, y hacer que ésta se riera por la mínima tontería que se le pudiera pasar por la cabeza.
Pero la paz entre padre e hija se vio interrumpida por una presencia: la de un demonio.
Un ser del inframundo había ascendido de la miseria y se encontraba justo frente a él, mirándolo con curiosidad y sonriendo a Bianca.
JARED: ¡Melinda!
La Halliwell seguía en el cuarto preparando el equipaje de su pequeña hija sin tener la más mínima idea de lo que estaba a punto de ocurrir en la planta de abajo.
Una bola de fuego impactó en la espalda de Jared mientras su hija comenzaba a llorar. El llanto se volvió tenue, de repente, como si la niña pequeña no quisiera poner más nervioso a su padre que la agarraba entre sus brazos como el más importante de los tesoros.
JARED: ¡¡Melinda!! ¡Socorro!
Tenía miedo de empezar un ataque teniendo a su hija en brazos. Tenía miedo de que su ofensiva no fuera lo suficientemente fuerte como para proteger a Bianca del mal, debía de hacer algo o sino, todo acabaría en desastre.
Tuvo suerte, una de las primas oyó su llamada de auxilio y apareció en el salón con cara de preocupación.
ALICE: ¿Qué está pasando?
JARED: ¡Alice, demonio!
El demonio lanzó una bola de fuego hacia ella y la Halliwell, asustada, levantó sus manos con miedo y la bola de fuego cayó al suelo hecha un amasijo de hielo.
El demonio la miró intrigado y esbozó una ridícula sonrisa.
ALICE: ¡Patricia, Phoebe! ¡Socorro!
Sus dos hermanos llegaron corriendo desde la cocina con los ojos abiertos.
De la mano de Patricia salió una terrible llamarada que fue a impactar al demonio pero sin provocarle ningún rasguño.
Phoebe se acercó a su hermana Alice y le agarró la mano.
Melinda por fin bajaba la escalera con la bolsa de Bianca cuando vio lo que estaba ocurriendo en su propio salón. Jared permanecía tumbado en el suelo con Bianca en brazos, la pequeña seguía llorando y su prima Patricia había empezando una guerra de fuego con un demonio con aspecto de lagarto.

No le habían avisado. Nadie le había dicho que una de las brujas tenía el poder del fuego; algo que bajo su lógica demoníaca sólo lo poseían los afiliados al mal. También era rubia, como Nahia.
La fuente de todo mal, mujer, le había encargado a él personalmente la empresa de buscar al bebé de Melinda Halliwell. Y estaba allí, delante de él, protegido por un montón de carne y huesos que le gustaría devorar hasta no dejar nada. Lo que Nahia no le había dicho era de la presencia de más brujas en aquella casa. Según la fuente, las brujas tenían quehaceres diarios, algo ilógico para él.
No tenía miedo, incluso en aquél momento sentía el odio que había sentido toda su vida. Incluso cuando salió volando por los aires, incluso cuando aquél rayo procedente de la mano de una chica morena y bajita impactó en su cuerpo e hizo estremecer todas sus fibras.
Incluso cuando la madre de la niña alzó las manos y todas las moléculas de su cuerpo comenzaron a moverse de manera incontrolada. Parecían una locomotora a toda velocidad, buscaban el destino final de su trayecto y quería alcanzarlo cuanto antes. El destino final era la muerte.
Su cuerpo comenzó a descomponerse y finalmente explotó en mil pedazos.
Un rayo de esperanza intentó buscar un trayecto hacia el exterior en sus momentos finales, quizás pensar que moría por una causa que Nahia le había encomendado. Pero al final, la admiración que pudo haber sentido hacia ella desapareció, como una ilusión, y sólo un sentimiento siguió reinando.
Seguía sintiendo odio.

<<Puedes cambiarte en mi habitación, hay ropa tuya todavía allí.>>
Jared aún podía escuchar a Melinda recitando esas palabras mientras se quitaba la plasta de la cara. El demonio voló en mil pedazos y salpicó toda la estancia con un jugo de color verde y pegajoso.
Los padres de Bianca se encontraban en la habitación en la que antes solían compartir, ahora separados por las puertas del vestidor.
Jared podía atisbar la silueta de Melinda a través de las rendijas de la puerta del ropero, y, podía imaginar su cuerpo a la perfección. Podía imaginar cómo se quitaba el suéter, podía ver el lunar en forma de plátano que tiene en el omóplato derecho, el sujetador de encaje negro que Melinda suele vestir, podía imaginar a Melinda bajando los pantalones y rozando sus mulos.
Pero sólo podía imaginarlo, ahora les separaba literalmente una barrera.
JARED: Melinda...
MELINDA: ¿Ya has terminado? (cerrando la puerta del ropero) ¡Oh, perdona!
Jared se puso el jersey azul que Melinda le había tendido y se encaró a su todavía mujer.
JARED: Melinda, lo he estado pensando y... Creo que deberíamos pasar página.
MELINDA: ¿Qué quieres decir?
JARED: Creo que cada uno debería reiniciar su vida, por lados diferentes, y que lo que nos mantenga unidos sea Bianca.
MELINDA: ¿Quieres seguir adelante con tu vida?
JARED: Exacto. Quiero verte y que no sienta este resentimiento que a veces me come por dentro.
MELINDA: Pues... Por mí bien.
JARED: ¿Te has enfadado?
MELINDA: ¿Yo? Para nada.
JARED: Sí, sí te has enfadado.
MELINDA: ¡No me he enfadado!
JARED: Melinda, te conozco y sé que estás enfadada.
MELINDA: Bueno, has sido tú el que de repente quiere pasar de todo ésto y seguir con tu vida. Y conocer a otra mujer y tener una familia.
JARED: Yo no he dicho eso.
MELINDA: Perdona pero sé perfectamente lo que significaban esas palabras.
JARED: Lo que no entiendes es que puede que esté cansado de tus constantes idas y venidas. Que yo ya no sé cómo hablarte para que te tomes las cosas de buena manera. Que a lo mejor, lo único que estábamos destinados a hacer era Bianca, que ése era nuestro destino y no el de estar juntos. Que nos encontramos en el camino, estuvimos juntos pero ya podemos seguir caminando. Melinda, estoy cansado.
Melinda Halliwell salió enfadada de la habitación, bajaba los escalones de la escalera con una férrea idea en la cabeza. ¿Por qué no podía decirle a Jared lo mismo? ¿Por qué era incapaz de poner en orden sus pensamientos y contestarle como una persona normal sin necesidad de montar un numerito?
Se había cansado de todos sus problemas y la manera más fácil de solucionarlos era enseñando a la comunidad demoníaca, una vez más, que su hija estaba fuera del alcance del mal. Que ella estaba allí para protegerla.
JARED: Melinda, espera, tenemos que hablar.
MELINDA: Llévate a la niña a tu casa, por favor, tengo que encargarme de una cosa.
Las hijas de Phoebe intentaban quitar el potingue que el demonio había lanzado de su cuerpo de todos los bienes e inmuebles del salón.
PHOEBE: Ésto es imposible de quitar.
MELINDA: Quemaremos los muebles, no pasa nada. ¿De cuántas pociones de teletransporte poseemos?
PHOEBE: ¡Yo que sé!
MELINDA: Necesito pociones.
JARED: ¿Qué planeas hacer, Melinda?
MELINDA: Tú llévate a la niña a tu casa. Ye te he dicho todo lo que tenía que decir.
JARED: ¿Ves cómo te estás comportando? ¿Tú ésto lo ves normal?
MELINDA: Llévate a la niña y aléjate de mi vista si no quieres salir volando en mil pedazos.
Todos los presentes en la habitación, las hijas de Phoebe y Jared, se quedaron mirando a Melinda boquiabiertos. Jared no podía creer que Melinda se lo hubiera tomado tan mal. Total, era algo lógico, en su cabeza sonaba muy bien y creía que ella se lo tomaría a la perfección, ya que había demostrado la necesidad de algo así por su pasivo comportamiento hacia él.
MELINDA: Traed todas las pociones de transporte y ofensivas que tengamos. Vamos a patear el culo a unos demonios hijos de puta.

Abre los ojos y está tumbado en el suelo, con Bobbie al lado. Se siente infinitamente feliz y plena.
Gira la cara para mirarla, se encuentran en el jardín de la mansión que comparte con sus primos, Bobbie parece entusiasmada hablando sobre algo pero él no puede dejar de observarla. Piensa estudiarse sus rasgos para aprendérselos como la palma de su mano.
Hace poco habían ido juntos a conocer a sus padres, después de que Henry metiera la pata anunciando la homosexualidad de Rachel. Bobbie había encantado, su madre se había mostrado más entusiasta y animada que de costumbre, y su padre respetuoso e incluso bromista.
Al principio les había costado entender la nueva condición de su hija, pero el tiempo ponía en orden todas las cosas de este mundo.
BOBBIE: Atenta.
Rachel dejó de mirarla embelesado y prestó atención a el truco que Bobbie estaba preparando. Aún tumbadas, sobre el césped, ésta, levantó la mano y se concentró. Poco a poco, empezó a aparecer un pequeño capullo en la palma de su mano. Con los ojos cerrados, Bobbie se concentraba en mandar toda su energía al pequeño capullo que iba floreciendo tímidamente y que a su vez iba buscando la luz del sol con desesperación.
Finalmente floreció y una hermosa flor presumía de esplendor en las manos de Bobbie.
HENRY: ¿Lo has hecho con tus poderes?
BOBBIE: Estoy aprendiendo a controlarlos y mira qué cosa más bonita sé hacer.
HENRY: Es casi tan preciosa como tú.
BOBBIE: Qué tonta eres (entre risas)
Y justo en ese momento, Rachel concentró toda su energía en recordarlo todo. Un momento de su vida en que no le gustaría ni por todo el oro del mundo estar en un sitio diferente. Que el tiempo podía pararse y permanecer allí tumbadas el resto de sus vidas.


Aparecer en el inframundo había sido pan comido. A Melinda se le ocurrió que mezclando el potingue que había dejado aquél demonio pegado por toda la casa con la poción de transporte, aparecerían justo en el sitio exacto donde el demonio solía habitar.
Le costó convencer a Jared de que no se le había perdido nada en esta misión, que se fuera con la niña a casa y que la dejara en paz. No tenía claro si era por las hormonas o simplemente por los genes Halliwell, pero se encontraba más inestable que de costumbre.
También había tenido una pequeña discusión con sus primas.
Éstas exigían avisar a otros familiares para que no se transformara en una misión suicida, pero Melinda había echado en cara la vez que Alice se fue a resolver vete tú a saber qué problemas y lo hizo sola sin ayuda de nadie. Que ella se iba a ir a dejar claro que su hija no es codicia de nadie y que lo iba a hacer sola o con el apoyo de ellas.
Alice se había visto arrastrada allí abajo cuando claramente preferiría permanecer en la casa, o mejor aún, en la cama. No podía recordar si esta mañana había hecho uso de su medicación y se la había tomado como todos los días debía de hacer religiosamente. Estaba dudando. Pero se la había tomado, seguro. Se la había tomado y eso la tranquilizaba, en parte. Porque aún habiéndose enfrentado a un demonio horrible ella sola no hace tanto, estaba demasiado nerviosa para hacer algo que debía ser tan rutinario como tomarse una pastilla...
No se lo había tomado.
Sí, sí que se había tomado la pastilla.
Patricia, su gemela rubia, la miró intrigada.
PATRICIA: ¿Te encuentras bien?
La estela de humo que la poción había causado en la caverna del inframundo ya se desvanecía.
Alice asintió a su hermana mientras miraba alrededor.
Los demonios se vieron sorprendidos. Allí estaban, de reunión o simplemente pasando el rato. Los demonios Karahk, los hermanos del demonio que Melinda había volado en pedazos estaban todos allí.
PHOEBE: Mierda.
Las bolas de fuego comenzaron a bolar.
MELINDA: Pongámonos en círculo. Creo que podemos hacer una barrera protectora.
PATRICIA: ¿Cómo que crees?
MELINDA: ¡Venga, que nos van a quemar vivas!
Las cuatro primas se hicieron un círculo agarrándose de las manos mientras Melinda recitaba una magia desconocida para las demás integrantes del grupo.
Un pequeño círculo de luz apareció encima de ellas y fue descendiendo poco a poco hasta tocar tierra y un velo invisible las envolvió.
PHOEBE: ¿Qué hechizo es éste?
MELINDA: He juntado dos hechizos del Libro de las Sombras... y ha funcionado. O eso creo.
Una bola de fuego fugaz impactó con el escudo invisible que protegía a las Halliwell.
PATRICIA: ¿Ves bien este momento como para ponerte a experimentar con hechizos? ¡Estamos en una puta misión suicida!
MELINDA: Exacto.
Melinda se adelanto y sacó un pie fuera del círculo protector y luego otro.
MELINDA: ¡Escuchadme! Demonios, quiero dejar algo claro: Mi hija es mía y no voy a permitir que le pase algo. Estáis avisados. Si aún así seguís intentándolo, corréis la misma suerte que aquél amigo vuestro que tan sólo hace un rato ha intentado secuestrarla. Acabaréis en mil pedazos y yo misma me encargaré de destrozaros personalmente.
Los demonios Karahk comenzaron a rugir, un rugido ensordecedor que retumbó en toda la caverna.
PHOEBE: Creo que esa amenaza no les ha asustado...
PATRICIA: ¿Para qué has dicho que has matado a uno de los suyos? ¿Estás mal de la cabeza?
Melinda sacó rápidamente una poción del bolsillo y la lanzó hacía un grupo de 3 demonios que estaba al lado de una roca. Los demonios comenzaron a petrificarse y unas líneas rojas recorrieron sus cuerpos, y de repente, sus cuerpos, comenzaron a erosionarse, en cuestión de segundos serían polvo.
Un grupo más lanzado se lanzó sobre nuestras protagonistas, el velo protector los detuvo pero éstos, presionando con fuerza, estaban consiguiendo abrirlo.
MELINDA: Encargaos de ésos, yo iré a derrotar los de más allá.
El corazón de Phoebe estaba latiendo a la velocidad de la luz, notaba como la electricidad comenzaba a apoderarse de ella con rapidez.
PHOEBE: ¡Agachaos!
Sus dos hermanos hicieron lo que ella ordenaba, y un potente rayo salió disparado de sus manos impactando a los demonios.
Patricia tomó la ventaja y lanzó una llamarada de fuego sobre ellos, pero como con anterioridad en la superficie había pasado, el fuego no les causó el mayor daño.
PATRICIA: ¡Mierda, mi fuego no les afecta! Alice, utiliza tus poderes.
ALICE: ¡No puedo!
PATRICIA: ¿Cómo que no puedes?
ALICE: Patricia, creo que no me he tomado la medicación. ¡No me he tomado la mediación! Y creo que todo se va ir a la mierda.
Los demonios ya de pie, seguían destruyendo el velo protector que había levantado Melinda.
PHOEBE: El velo va a caer. ¿Qué hacemos?
PATRICIA: Tenemos que derrotarlos antes de que lo rompan. Alice por favor.
Alice miró a sus hermanas con el corazón en un puño. Dudosa y temerosa por cómo su estado anímico podía influir en sus poderes.
PHOEBE: ¡Agachaos de nuevo!
El poder eléctrico de Phoebe salió disparado, la Halliwell había descubierto hace tan sólo unos segundos cómo potenciar ese poder, y era dejándose llevar. Que el poder le controlara a ella. Los rayos salieron por todas partes, Patricia y Alice tuvieron que abandonar el círculo protector mientras su hermana comenzaba a levitar un par de centímetros sobre el suelo.
Alice miró asustada su hermana gemela y ésta le agarró con fuerza la mano derecha mientras que la protegía con la otra. Phoebe siguió avanzado de esa manera mientras su poder eléctrico buscaba algo vivo para recorrer sus entrañas. Alcanzó de lleno a un demonio haciéndolo quebrase y despareciendo en las llamas de la derrota.
PATRICIA: ¡Phoebe! ¡Basta!
La pequeña de los Halliwell recuperó la consciencia y cayó golpeándose el pandero con el suelo arenoso de la caverna.
Quedaban dos demonios aturdidos y Alice decidió tomar la iniciativa. Se acercó a su hermana pequeña para protegerla y concentró todo su poder en helar. Cerró los ojos y pensó en el frío.
Cuando los abrió, los demonios habían quedados hechos un témpano de hielo. Sobre sus pies se había dibujado un mundo de hielo, las piedras y rocas de la caverna ahora estaban cubiertas de nieves. ¿Y sus hermanas? Se preguntó asustada.
Comenzó a mirar confusa sin percatarse de que un nuevo demonio se acercaba por su flanco izquierdo.
PATRICIA: ¡Alice, cuidado!
Su hermana se lanzó encima suya para protegerla de una enorme bola de fuego que el demonio había estado acumulando en su mano con todo el odio que era capaz de sentir. Una bola que había sido lanzada para matar.
Patricia la recibió en su espalda, mientras miraba a su hermana con una sonrisa. La había salvado de una muerte segura. Alice vio como su gemela tenía la cara colorada, los labios morados y restos de nieve en su cabello. ¿Lo había hecho ella?
ALICE: Patricia...
PATRICIA: No te preocupes, el fuego no me ha hecho nada. Al final ha sido buena idea que casi nos congelaras...
Otra enorme bola impactó contra la espalda de Patricia mientras ésta seguía protegiendo a su hermana.
ALICE: ¿Dónde está Phoebe?
PATRICIA: Está bien, no te preocupes...
El demonio no paraba de lanzar bolas de fuego, una tras otra y Patricia las seguía recibiendo ofensivamente mientras anteponía su propia vida a la de su hermana.
ALICE: ¡Apártate, Patricia! Lo mataré con hielo.
PATRICIA: Espera...
Las bolas de fuego no le hacían nada. A lo mejor le pasa a ella lo mismo que a los demonios con su poder de fuego, quizás era inmune.
Patricia se levantó y se encaró al demonio. Andaba decidida, paso tras paso, y la nieve y el hielo se derretía a su alrededor. Se notaba arder, se notaba fogosa y pletórica, sin saber muy bien cómo, tenía que liberar la energía de su cuerpo e iba a empezar por las manos. Se concentró y mandó todo el poder calórico a sus manos y éstas, en un alarde de calor, comenzaron a arder. Era el fuego más puro jamás habían visto.
ALICE: ¡Patricia!
PATRICIA: Tranquila. El fuego no puede quemarme.
Patricia agarró al demonio de las manos y éste emitió un chirrido horrible. Se estaba quemando. Se quemaba, le quemaba el fuego y odiaba a esa bruja por ello. Patricia aumentó la intensidad de su poder y las llamas se extendieron por todo el cuerpo del demonio Karahk que acabó en el suelo.
PATRICIA: ¿Dónde está Melinda?
Su hermana se encogió de hombros.
PATRICIA: Ve con Phoebe, voy a acabar con todo esto.
Quizás no estaban destinados a estar juntos. Total, ¿qué era el destino? ¿Acaso existía? ¿Acaso había un gran designio que escribía para cada persona el camino a seguir? Melinda no creía en el destino, pero quizás ella y Jared no estaban destinado a estar juntos. Su encuentro en la vida había ocasionado a lo que más quería en este mundo, su pequeña Bianca.
Podía aceptar el no volver a estar con él, al fin al cabo habían tenido más problemas que la mayoría de personas, podía aceptarlo y lo aceptaba. “Que te vaya bien, siempre te querré por mucho tiempo que pase, siempre te tendré un cariño especial porque eres el padre de mi hija.” ¿Por qué era tan difícil pronunciar esas palabras?
Los demonios seguían defendiendo del asedio al que las Halliwell les habían sometido. Melinda estaba apoyada de espaldas contra una roca, exhausta, sujetándose una importante herida en el abdomen mientras un hilo de sangre le dibujaba la cara desde la frente.
¿Estaba acabada? No quería admitir que se había precipitado en lanzarse contra esa banda de demonios. Podía contar las quemaduras de su cuerpo, pero aún así, había sido capaz de derrotar a unos cuantos demonios. ¿El bebé que estaba esperando se encontraba bien? Reconocía que no le había prestado la necesidad que éste requería, que no se había parado a pensar en la criatura que habitaba sus entrañas desde hace tan sólo unas semanas. Quizás, con las heridas, había desaparecido. Quizás no volvería a tener un hijo de Jared y, aunque le costase reconocerlo, no le importaba.
Esperaba que sus primas hubieran corrido la misma suerte que ella y siguieran con vida, de lo contrario jamás se lo perdonaría a si misma.
Volvía a pensar en Jared. Iba a morir y no podía parar de pensar en él. Gilipollas, ella y él.
De repente, sin saber cómo, una luz empezó a brillar al otro lado de la caverna demoníaca y los demonios dejaron de atacar.
La hija de Piper reunió energías y taponándose la herida del abdomen se levantó. Los demonios habían desaparecido, caminaban anonadados hacia la luz sin prestar atención a nada más. Cojeando, y con la mano aún en abdomen, Melinda comenzó a caminar hacia la luz. Era cálida y agradable, y le recordaba las tardes de invierno en casa de su madre mientras ésta cocina y su padre veía la televisión.
La luz tenía el punto de inicio en una persona, ¿era Alice? Melinda siguió acercándose a trompicones y esquivando piedras y rocas que encontraba por el camino. Era Patricia quién estaba irradiando esa luz, ¿estaba usando su poder de cupido? ¿Y por qué ella no se sentía diferente?

Patricia había buscado en su interior el motivo por el que salir de allí y lo había encontrado. Era el amor. El amor por sus hermanas, el amor por su vida y el amor por ella misma, decidió concentrarlo como nunca antes había hecho. Esta vez no sintió como unas tremendas ganas de estornudar, fue fluido y sencillo. Quiso que todos sintieran el amor que ella sentía por sus hermanas y dejó salir toda su luz. Como había pensado, los demonios cegados por el sentimiento desconocido habían salido a su encuentro. Los demonios la rodearon mientras ella brillaba, pero estaban mansos, no intentaban hacer ningún movimiento. Simplemente miraban y se dejaban bañar por esa luz.
Melinda vio una oportunidad y no dudó en aprovecharla. Lanzó un par de pociones explosivas, y alzó sus manos. Una, dos, tres, cuatro y cinco veces. Las células de los demonios comenzaban a acelerarse mientras que su cuerpo intentaba expandirse para que sus células, aceleradas, intentaban ocupar más espacio del que tenían. Finalmente, sus cuerpos explotaban llenándolo todo de aquella baba pegajosa.
Y por una vez en sus míseras vidas, los demonios Karahk habían experimentado el sentimiento llamado amor.
ALICE: ¡Vayámonos!
Alice había estado oculta tras unas rocas junto a su hermana pequeña que sufría un leve caso de hipotermia.
PATRICIA: ¿Cómo está Phoebe?
ALICE: El calor de tu luz le ha sentado bien y empieza a despertar. Debemos irnos ya.
MELINDA: Esperad.
Las dos hermanas miraron a su prima intrigada que comenzó a andar hacia una especie de roca enorme.
ALICE: Melinda, vamos.
MELINDA: Ésto también debemos destruirlo.
PATRICIA: Pero eso no es nada. Es una roca.
MELINDA: No lo es.
Alzando las manos e imitándose a si misma con anterioridad, Melinda pretendía volar en pedazos a esa roca. Pero esa roca tenía algo particular, era de un color diferente, tirando a verde y cuando sus poderes impactaban en ella se movía en forma gelatinosa. Un rugido procedente de una caverna cercana retumbó donde las Halliwell se encontraban haciendo que se estremecieran.
PATRICIA: ¡Vámonos!
MELINDA: He dicho que esperes.
PATRICIA: Melinda, vámonos.
Finalmente la piedra gelatinosa explotó y acto seguido se prendió en llamas. En la entrada de la caverna apareció un demonio, un demonio Karahk, sí, pero un demonio diferente. Miró a los ojos a Melinda y ésta le aguantó la mirada.
MELINDA: Que os sirva de advertencia a todos: Manteneos alejados de mi hija.
El demonio no dijo nada, se quedó mirando y mostrando sus colmillos.
Las cuatro primas se reunieron finalmente y estallaron la poción de transporte contra el suelo de la caverna.

Abre los ojos y está rodeado de gente. La música está a todo volumen y nota como el suelo tiembla bajo sus pies. Luces de colores iluminan la gran estancia por aquí y por allí mientras todo el mundo baila al son de la canción más pegadiza del momento. La tenía justo agarrada de la mano y ahora se había separado. Según Henry el inocente al que debían proteger se encontraba en aquella discoteca rodeado de personas y posiblemente de un demonio. Rachel y Bobbie se habían sumergido en la marabunta de personas mientras que Henry se encargaría de mirar en la parte trasera del local.
Hasta hace tan sólo un minuto ambas estaban agarradas de la mano, pero con el sonido ensordecedor y el traqueteo de la gente sus manos se separaron y no consiguieron encontrar los dedos de la otra. Ahora no la veía, no veía a Bobbie y no quería pensarlo, pero estaba asustada.
De repente algo mágico ocurrió, podía ver a todo el mundo pero nadie era tan especial como ella. Estaba a un par de metros de distancia, desorientada, pero su cuerpo brillaba con una luz especial a sus ojos. La música seguía sonando y la gente nadaba en el ambiente, Rachel se movía entre ellos con sutileza, acercándose poco a poco a su novia. Ésta, sin ser consciente de que la Halliwell se estaba acercando, seguía buscándola con la vista. Hasta que sus manos se juntaron.
BOBBIE: ¿Cómo me has encontrado? (sonriendo) ¡Hay mucha gente!
HENRY: No lo sé... estaba buscándote y de repente estabas ahí. Brillabas con luz propia y especial.
Se fundieron en un beso que las envolvió de una manera dulce y cálida.
HENRY: Ahora, si vuelves a perderte seré capaz de encontrarte. Siempre.

WYATT: ¿Pero en qué estabais pensando? ¿¡En qué estabas pensando!? (A Melinda)
MELINDA: Estaba haciendo lo que debía hacer.
WYATT: ¿Metiéndote en una misión suicida? ¿Bajando al inframundo y provocando un genocidio?
MELINDA: Oh, vaya, no sabía que era peor que Hitler.
WYATT: No me vengas con sarcasmos, Melinda.
MELINDA: Es lo que debía hacer para poner a mi familia a salvo.
WYATT: ¿Poniendo en peligro tu vida y la de nuestras primas?
MELINDA: Créeme Wyatt que he arriesgado yo más que ellas.
WYATT: Pero mira cómo habéis acabado. Una de ellas con una posible crisis y otra con un leve caso de hipotermia, y tú, tú has llegado hecha un Cristo.
MELINDA: ¿Y qué quieres que hiciera?
WYATT: Antes de todo, deberías haber esperado.
MELINDA: ¿Esperado a qué? Por una vez que nos adelantamos a sus movimientos. No quiero que vuelvan a poner la vida de mi hija en peligro. Ni la de ella ni la de cualquier otro. He hecho lo que ellos están hartos de hacer con nosotros. He ido a sus hogares, los he pillado desprevenidos y los he matado. ¿Quieres crucificarme por ello? Adelante.
WYATT: Eres imposible.
MELINDA: Es que no le veo sentido a que me estés reprochando el haber ido a derrotar a unos demonios y haber salido airosa.
WYATT: No estés tan encantada de conocerte...
MELINDA: No tiene ningún sentido que te pongas así por haber pasado de reunir a toda la trupe para bajar a cazar demonios. Lo hecho, hecho está. Además, no ha hecho falta ni utilizar el poder de tres.
WYATT: Esta familia se desmorona.
MELINDA: ¿Ah, sí? ¿Tu crees? (sarcástica)
WYATT: Melinda, te estás comportando como demasiada mezquindad incluso para ti.
MELINDA: No ha sido un buen día, Wyatt. No puedo aguantar tus sermones llenos de moralina.

PATRICIA: ¿Qué sentido tiene que se vayan a la cocina a discutir si se ponen a pegar voces?
Chris le sonrió como toda respuesta mientras estiraba los brazos en la butaca donde estaba sentado. Wyatt tenía razón, en parte, pero en este caso estaba del lado de Melinda. Curioso, de todos modos, cuando eran pequeño nunca había bandos. Siempre habían sido buenos hermanos y normalmente eran él y Wyatt el que peleaban por nimiedades y al cabo de 5 minutos lo habían arreglado. Quizás a Melinda le estaba pasando como a él, y el velo que cubría al gran Wyatt está empezando a desaparecer.
PATRICIA: Nuestros poderes están aumentando.
Chris cambió la sonrisa por una mueca seria y se incorporó en la butaca.
PATRICIA: Alice ha congelado, sin querer, a Phoebe y creo que no ha usado ni la menor parte de su poder.
CHRIS: ¿Dónde está?
PATRICIA: La he dejado en su cama. Ha estado todo el día convencida de que no se había tomado la medicación y he ido a comprobarlo, sabes, y se la había tomado. Pero no paraba de decir que no. Y seguro que se ha estado comiendo la cabeza con ese problema...
CHRIS: ¿Y Phoebe?
PHOEBE: Estoy aquí...
Phoebe bajaba los últimos escalones de la escalera que conectaba el primer piso con la planta baja, llevaba encima una gran manta con la que cubría su menudo cuerpo.
PHOEBE: Preguntaría qué ha pasado, pero los gritos me han aclarado las dudas que tenía.
PATRICIA: He conseguido controlar mi poder de Cupido.
PHOEBE: ¿Cómo ha sido? (sentándose a su lado)
PATRICIA: Ha sido mágico... Fue genial
PHOEBE: Puede que recuerde algo.
Wyatt y Melinda seguían discutiendo el mismo tema desde la cocina mientras que los tres primos seguían en el salón.
PATRICIA: Creo que como hermano mediano deberías mediar en ésto.
Chris la miró mordiéndose el labio inferior.
PATRICIA: ¿Chris?
PHOEBE: Melinda está embarazada...

Rachel había estado durante todo el día distante, como en una nube, Bobbie estaba preocupada pero no se había atrevido a hacérselo saber. Había preferido mimarla, un mal día lo tiene cualquiera. Había pasado el día en el piso, sin salir de él, no sabiendo muy bien cómo había conseguido que Dag saliera a la calle y se valiera por si mismo. Habían visto películas, comido cosas altas en grasas y no habían llevado ropa en todo el día. Pero aún así, Rachel no estaba.
Bobbie había decidido preparar su especialidad, revuelto de espárragos. Espárragos que ella misma cultivaba, ¿estaba usando en beneficio personal sus poderes? Cultivar plantas y vegetales no se consideraba una acción egoísta, bajo su punto de vista. Todo estaba conectado a la tierra y ella usaba parte de la energía terrestre para que la naturaleza fluyese. No, no era beneficio personal.
Le encantaba como sus poderes habían hecho que viese la vida como un flujo constante de energía y conexiones, y...
Sus pensamientos se vieron interrumpidos y su revuelto a medio hacer se quedó fuera del fuego cuando Rachel comenzó a llorar.
BOBBIE: Ey, ¿qué ocurre?
RACHEL: Nada...
BOBBIE: Rachel, estoy aquí. Puedes contarlo
RACHEL: No es nada... sólo que... No sé, no sé.
BOBBIE: ¿Pero qué pasa? La gente normal no llora así porque sí. (sonriendo) ¿Qué ocurre? Dime.
RACHEL: La echo de menos.
BOBBIE: ¿A Helen? Es normal, Rachel. A veces nos acordamos de nuestros seres queridos que han fallecido aunque no estemos pensando en ellos.
RACHEL: No, no es eso. La echo de menos pero no es por ella por la quien lloro.
BOBBIE: ¿Entonces?
RACHEL: Echo de menos a Esther.
BOBBIE: ¿A Esther? ¿Quién es...? Oh...
Rachel siguió llorando y podía notar cada más con más intensidad, como el dolor de un amor perdido la invadía desde las entrañas hasta la última fibra de su ser.
Bobbie miró preocupada a su novia, sin llegar a entender lo que allí se estaba gestando. Sonó el timbre, cogió rápidamente una camiseta de tirantes y unos pantalones cortos y se los puso. Abrió la puerta y se dio de bruces frente a Henry.
BOBBIE: Llegas justo a tiempo, algo raro le pasa a Rachel.
HENRY: Escucha. Llevo pensando ésto durante todo el día y es una locura. No quiero que digas nada, sólo que escuches, estoy bastante nervioso por lo que voy a ir directo al grano... Creo que eres una chica estupenda. Eres genial, graciosa, divertida, atenta, guapa... Me siento muy seguro cuando estoy contigo, incluso me pongo nervioso como la primera vez cuando me miras. Estoy enamorado de ti y espero que tú lo estés de mí.
BOBBIE: Ésto no está bien.
Bobbie entró a toda prisa a la casa para reunirse con Rachel que seguía llorando en la cocina.
HENRRY: Bobbie...
Henry siguió a Bobbie dentro del apartamento y se reunió con ella y su hermana en la cocina
BOBBIE: Ésto debe ser algo mágico. No es verdad...
Los hermanos se miraron y sintieron que parte de lo que estaba ocurriendo tenía su sentido allí mismo, en ellos, que sus necesidades y sus deseos se veían completados con la mera presencia del otro.
Escrito por Diccionary

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